martes, 17 de febrero de 2009

Carta de un portador

¡Bendito Lunes Santo!

A mi sobrino Nacho, su primer año

Sudo. Mi cuerpo está contraído por el esfuerzo. No quiero aún coger, aire, pierdo potencia con ello. Me agarro a Sergio que es cabeza de varal. Mi mano izquierda con guante blanco se posa en su hombro. Cojo un poco de aire, y mientras lo hago le pido a mi codo derecho que se pegue más a mis costillas. Es correcto, puedo aguantar un poco más.

Golpe de campana. Tiro de piernas y con el “¡arriba!” logro subir un poco más, estoy casi recto, aunque sé que serán mis riñones los que flaqueen. Meto un poco los glúteos, eso ayuda a las lumbares, y salimos con el izquierdo culeando un poco. Miro a una chica y sé que tengo una mueca de dolor aunque ya hace un par de horas que sólo siento el hombro en el tirón fuerte de la subida. La chica me observa y con un susurro le dice algo a un joven que está a su lado, a lo que él asiente. Cierro mis ojos y vuelvo a contener mi respiración, sé que sólo son ya pocos segundos hasta los dos toques. Escucho a mi hermano tras de mí. Hace ya años que me va dando respiros con su titánica fuerza. Sergio Javi y yo hacemos un gran trío, aunque no mejor que con Carlos, que era como un junco de acero. Sé que Juan Carlos sigue a mi hermano, sus comentarios jocosos nos sirven en los descansos, pero en el trabajo en el varal es impecable y silencioso como un enmascarado del siglo de oro. Ya no queda nada para el toque, veo a Pedro oculto bajo su faraona, se dirige a la campana, Pepelu confirma con la cabeza, pero una corneta lo paraliza, y a mí me hiela el corazón. Una corneta humilde y majestuosa seguida de un parco tambor. Creo que la he escuchado antes, no sé dónde, no sé porqué.

Estamos en Calle Císter. Veo el Eurogallo a mi izquierda, ¡cuántas tardes de sábado pasadas allí en la AMA. El toque de corneta traza una maravillosa nota que se repite, se mantiene y después requiebra. Otra vez la misma frase, ta, ta, ta, taa, taaaaa. Inesperadamente mi cuerpo tensado, contraído y ahogado recibe oxígeno, un escalofrío recorre mi cuerpo y tengo esa certeza que sólo se tiene cuando estás bajo el varal: ¡esto va a ser glorioso! Me pongo derecho y siento como primero mi varal, y luego el trono entero se pone firme. El paso se para y enlentece, andamos muy brevemente, la turba se silencia y a mis ojos llegan lágrimas de esfurzo y alegría. María Santísima de Gracia y Esperanza, y su trono plata, y cada una de las cerca de doscientas almas saben que esto no es lógico, que llevamos siete horas de mastodóntico trasiego. El trono comienza a retroceder, y no hay señal de alarma de los mayordomos. Parece como si el Amparo desde su antigüo tinglado de Pedro de Toledo nos mandase su pollinico paso, mientras el Rico mirándonos de frente nos bendijera maravillado. Es ahí donde dejo de dudar en la existencia de un alma común que no está encima de nosotros, sino hilando nustros corazones, como si Penélope no tuviera noches. Ahí es donde siento la dé de mis hermanos que están a mi derecha y atrás, y comprendo cómo con sólo seis varales podemos mover esta montaña de alpaca por las calles puestas para cada Lunes Santo de espinas, de Esperanza y de Gracia.

Tres pasos, uno, dos, tres, adelante, lentos, y cuando la cadera llega a apoyarse sobre la pierna derecha el pie se queda a la altura del otro y la siguiente mecida a la izquierda ya es hacia atrás.

“A ti Manué” se va terminando y son ya casi cinco minutos de toque. Estoy casi más fresco que antes. ahora sí, Pedro, bájala antes de llegar a la curva con Alcazabilla, que nos quedan cincuenta minutos de no querer bajarla y de subirla con el pulso de nuestros corazones más arriba de nuestras cabezas. Tan, tan.

Ahí queda eso. Respiro. Miro otra vez a la chica. Me sonríe. Me doy cuenta que yo también lo hago.

¡Bendito Lunes santo!

Alejandro Rodríguez González

A-2

6 de Marzo de 2008

No hay comentarios: